Anécdota de los zapatos del muerto    

 

      Me encontraba en mi puesto de trabajo y nos trajo la policía local a un señor que había perdido la conciencia por requerimiento de otro que lo conocía. Lo cierto es que el grado de inconsciencia era tal que lo que realmente le ocurría es que había fallecido. Tras explorarlo el médico de guardia y confirmarse la muerte, se cubrió el cuerpo con una sábana y se dejó en la sala de curas hasta que viniese el juez al levantamiento correspondiente.

    Al poco tiempo aparecieron  la madre en un mar de llanto y un tío, el que había visto desvanecerse al fallecido en el portal de la anterior, abrazado a un  zapato que, al parecer se había caído al suelo en medio del traslado urgente.

    Como eran presa de los nervios y se encontraban al borde de la histeria, se les administró sedantes.

    En medio de tanto dolor y lágrimas, comenzaron a llegar más familiares y uno de ellos comentó que había avisado a la esposa del difunto y que ésta había quedado extrañada pues había hablado con su esposo hacía poco rato y no se encontraba en nuestra población…por lo que se decidió que pasara éste a identificar el cuerpo. Tras unos segundos de tensa espera, salió de la sala dando saltos de alegría y gritando:¡ No es él ¡¡ No es él ¡…

    Todos salieron en estampida a la calle. Todo había ocurrido debido a que el muerto se había desplomado en el portal de su hermana y pensó:¡Mira, ya va mi sobrino a ver a su madre!

Y la noticia corrió como la pólvora hasta llegar a la familia.

   Más tarde se les vio por la acera cantando con una botella de cava celebrando la equivocación. 

 

 

 

 

 

Anécdota del jorobado.                    

 

Me encontraba yo en mi horario de curas y entraron por la puerta un chaval de unos 17 años y su padre. Le pregunté que tipo de herida tenía que curarle y, de inmediato, procedí a atenderle, en medio de una cordial conversación.

En un momento de la cura, el muchacho se quejó un poco y, con el fin de animarlo un poco intenté quitarle importancia haciendo referencia al estereotipo exagerado del servicio militar:

-         ¡ Va hombre, no te quejes, que cuando vayas a la mili, ahí si que te vas a enterar…!¿Verdad oiga?

Esta última pregunta se la dirigí al padre, a lo que él me respondió:

-         No lo sé.

-         ¿Qué no ha hecho la mili usted?-le respondí.

-         Pues no-dijo el padre.

-         Pues mal hecho, porque la mili habría de hacerla todo el mundo-le repliqué siguiendo con la broma que inicié desde el principio.

-         Pues precisamente por MALHECHO me libré de ella-terminó el pobre hombre girándose y enseñándome una chepa digna de ser rozada por un décimo de lotería.

¡ TIERRA TRAGAME ¡ pensé, mientras intentaba disculparme…..

 

 

 

Anécdota de la tuerta    

 

Hallándome yo otro buen día en mi hora de curas (sí, en la misma hora que la anécdota anterior ), entró en la consulta una señora de unos 65 años de edad. La invité a que se sentase en la camilla, ya que portaba un vendaje en la pierna derecha que delataba el tipo de cura que se le debía de realizar. Tras apoyar el pié sobre un taburete, procedí a retirar el apósito y comprobé que, efectivamente se trataba de una úlcera vascular postraumática.

Mientras realizaba la cura pertinente entablamos una cordial conversación sobre no recuerdo exactamente qué, pero lo cierto es que la señora era de las manifestaban un buen sentido del humor.

Ya casi finalizando la cura, la señora me hizo la típica pregunta:

-¿Cómo va  la herida?

A lo que yo le respondí con un tópico, abusando del buen sentido del humor que en todo momento había hecho gala la señora:

-“La cura va bien, pero el ojo lo pierde….”

En ese mismo momento y sin dejar de sonreír, la señora giró su rostro a la vez que decía:

-¡Ya hace años que lo perdí….!  -mostrándome aquel ojo seco que hasta ese momento me había pasado desapercibido…

¡ POR LA BOCA MUERE EL PEZ ¡, pensé, mientras la señora se reía de la situación tan embarazosa en la que me vio, por supuesto, con su único ojo.

 

 

 

 

 

Varias anécdotas en la sala de extracciones

 

 

Estas anécdotas no me ocurrieron a mí, pero puedo dar fe que son ciertas, ya que me encontraba yo allí en el momento que ocurrieron.

 

 

Entró en la sala de extracciones una señora de unos 45 años, con un suéter negro sobre los hombros, pues la mañana era fresca a pesar de ser el principio del verano. Extendió el brazo izquierdo y se procedió a colocarle la goma compresora, ya que llevaba manga corta bajo el suéter. La señora  advirtió desde el principio que tenia muy malas venas y, tras realizar todas las maniobras habituales para que fuesen más palpables las mismas, se solicitó a la señora que nos mostrara el otro brazo para comprobar si tenía mejores venas…pero nos respondió:

-Si, si,¡como no me pinchen ustedes en el " muñoncete "…!

TENIA EL BRAZO DERECHO AMPUTADO….

 

 

 

      En otra ocasión vino una mujer de unos 70 años de edad con una muestra de orina en un recipiente. Le explicamos que el envase en el que nos había  traído la muestra no era válido pues no era estéril y le solicitaban un cultivo de orina.

      La señora muy molesta nos respondió con malos modos:

-¡ Pues vaya ¡ ¡ Con lo que me ha costado ¡

Pensando que hacía referencia al trabajo de tener que haber hervido el frasco, le recomendamos que no valía la pena por el precio que valía un recipiente de la farmacia, ya esterilizado. Pero la señora nos aclaró su enfado:

-¡ No, si lo que me ha costado ha sido mear dentro ¡

La mujer desenvolvió el recipiente y observamos que se trataba de un frasco de colonia…

……¡pero de los de tapón irrellenable!..

 

 

 

También en otra ocasión en la que la sala de extracciones se hallaba repleta de gente, una de las estudiantes que se encontraba de prácticas, con la finalidad de agilizar las extracciones, se le ocurrió dar a los pacientes en  mano, los tubos que iban a ser empleados para su extracción sanguínea. Pues bien, todo funcionó de maravilla hasta que le hizo entrega de los mismos a una señora mayor y, sin que nadie se diese cuenta, desapareció. Todos nos preguntamos donde se habría metido cuando, al cabo de unos minutos, apareció la señora con los tubos en la mano y al ir a cogerselos para realizarle la extracción, observamos que le había quitado (no se como), el tapón hermético a uno de ellos y había procedido a su llenado de orina, pensando que le pedíamos una muestra para analizarla.

Por supuesto que después del esfuerzo realizado, se remitió la muestra para ser analizada.

 

 

 

 

 

Anécdota del orinal

 

            Un día del mes de enero, pusieron un aviso domiciliario para ir a inyectar un antibiótico. Me puse mi cazadora, mi bufanda, cogí mi maletín y me dirigí al domicilio donde se me había requerido.

            Una vez allí, comprobé que se trataba de una casa humilde, de labradores, sin ningún tipo de lujos, mas bien delataba alguna que otra carencia. Tenía ese típico olor a cerrado, mezclado con falta de agua y jabón…

            Me acompañó a la habitación de la enferma el que debía de ser el esposo, muy solícito él. Se trataba de una mujer de unos 60 años, con un cuerpo más que sobradito de grasas y falto de alguna que otra ducha. Se hallaba en una cama de matrimonio bastante alta, tapada hasta los ojos con varias mantas y con una bombilla de poca potencia como única luz ambiental.

            Me dispuse a preparar el inyectable en una cómoda arrimada a una pared que pedía a gritos una mano de pintura…mientras el marido le ayudaba a ponerse de lado tras habérselo sugerido.

            Una vez preparada la jeringa con el antibiótico, me acerqué al borde de la cama para proceder a ponerle la inyección y al arrimarme y meter mis pies bajo la cama, note que golpeaba algo pesado y , a continuación, una sensación extraña.

            Al sacar mis zapatos de debajo de la cama, noté como si dentro de ellos hubiese agua, pero no estaba fría…

…mas bien estaba tibia como…..Y fue cuando mis peores sospechas se cumplieron. Había dado una patada a un enorme orinal, lleno de orina hasta el borde, que se encontraba bajo aquella cama y que era usado por la señora para no tener que salir de la habitación.

            En medio de las disculpas de los ocupantes de la casa, me dirigí hacia la calle notando bajo mis pies ese sonido desagradable CHOF,CHOF,CHOF….., que me acompañó hasta que llegué a mi casa para cambiarme, bueno, mejor dicho, para deshacerme de aquellos calcetines y zapatos empapados de aquel fluido corporal.

            Desde entonces, me acerco con cuidado a las camas de mis pacientes.