Junto a su esposa María, en Zaragoza

 

Me cuenta mi padre que el oficio de ladrillero (ratjoler) era de los más duros que existían.

Se trabajaba a la intemperie, hiciese frío o calor, removiendo y manipulando materias primas pesadas (barro y ladrillos macizos) y en una posición forzada y repetitiva durante toda la jornada laboral. Se tenía que

1.Amasando el barro con un legón

madrugar para que el día cundiera, más aún si la fábrica se encontraba

 

 

 en otra población a la que había que trasladarse a pié. Y para, poner la guinda, en ocasiones podían perder el jornal aunque hubiesen trabajado toda la jornada, porque, como los ladrillos se secaban a la intemperie, si amenazaba tormenta,

 

2. Pasando el barro a la pastera

debían  ir a guardarlos para que no se estropeasen con el agua y así salvar dicho jornal. Como podéis comprobar, no se equivocaba mucho mi abuelo cuando le dijo a mi padre que si se podía dedicar a otra cosa...mejor, pero aún así tuvo tiempo de comprobarlo, al igual que otros muchos hombres como Salvador Segarra  “el Tío Boro” ,  que también tiene su historia particular, ya que trabajó toda su vida en este oficio artesanal.

Comenzó a relacionarse con el mundo del ladrillo a la temprana  edad de 12 años, como era costumbre en la época. Trabajó en  diferentes fábricas de ladrillos ubicadas en Paiporta, Cheste, Zaragoza y Aldaia. Se levantaba a las 5 de la mañana para ir a trabajar.

En cuanto al proceso de elaboración cuenta el Tío Boro que “tenía que pastar el barro con un legón para después pasarlo a una pastera, de la cual sacaban el barro y lo

3. Transportando la pastera

ponían en un molde con el que, más tarde,

 

4. Preparando el terreno

 previa preparación del terreno, y con una maniobra “acrobática” dándole al molde la vuelta en el aire, dejaban su contenido en el suelo de forma ordenada, uno al lado del otro. En ese lugar permanecían dos días ( a la intemperie ), durante los que había que ir cambiándolos de posición, incluso en posición  de canto, para que se fuesen secando por igual y teniendo que velar por que el mal tiempo, tal y como ya he dicho antes, no estropease el trabajo realizado y la consiguiente pérdida del jornal, por lo que tenían que dormir en la misma fábrica

5. Colocando el barro en el molde.

durante toda la semana si se encontraban lejos del lugar de residencia. Transcurrido ese tiempo, eran colocados mediante carretillas, en el horno para que se acabasen de cocer”.

Era tal la práctica adquirida con el

6. Dándole la vuelta “acrobática” al molde para dejar el ladrillo en el suelo.

 

 

tiempo, que cuenta el Tio Boro que era capaz de hacer en la jornada un mínimo de 450 ladrillos por hora.

 

 

 

 

 

 

 

 

7. Colocando a secar los ladrillos, todavía tiernos.

 

Junto a estas líneas, aparecen unas fotografías en las que se pueden apreciar imágenes de diferentes momentos del proceso de la elaboración artesanal del ladrillo. Todas ellas han sido facilitadas por el “ratjoler” que aparece en todas ellas:

nuestro querido

 Tío Boro.